La paloma enamorada
Se me iluminaron los ojos la primera vez que vole frente a tu ventana y allí te vi con la mirada perdida en un punto del infinito de aquella habitación.
Desde entonces todas las mañanas vuelo hasta tú ventara, posándome en la repisa y mirando el interior, sin ver imágenes claramente definidas mi corazón palpita mas fuerte cuando parece verte.
Aquella ventana siempre permanece cerrada, y no parece que halla vida en el interior salvo las noches donde el reflejo de la lámpara me deja ver tu silueta .
Una mañana durante mi vuelo mañanero, me sorpendio la ventana semiabierta, vole suavemente, me acerque, mire al interior, y tras esas cortinas descoloridas por el sol, pude ver una mujer semidesnuda, dormiendo en la cama, y al otro lado de la habitaccion a ti observándola con celosa admiración.
Mi corazón dejo de palpitar por un instante al ver como la observabas,con la misma admiración con la que yo esperaba verte todas las mañanas, con un poco mas de peso en cada ala, y un enorme peso en el corazón, me retire al tejado donde duermo cada noche, y desde donde vería pasar los siguientes años.
Con el tiempo las viejas cortinas desteñidas por el sol, pasaron a convertirse en coloridas , y con abundantes dibujos, ahora la repisa estaba decorada con flores, y en esa casa pareció nacer vida.
Pasaron numerosos años no sé cuantos pero aquella ventana dejo de ser la misma, volvieron a colgar aquellas viejas cortinas y las plantas se volvieron marchitas con el paso de los años.
Pero en mi eterna espera te ví asomado a la ventana, tu piel mas arrugada que la ultima vez, pero a mi me seguías pareciendo igual, dejaste un trozo de pan en la ventana, sigilosa y engatusada por el hambre, volé hacia tu ventana, y entonces escuche,
Aquellas maravillosas palabras, “ ¿como estas pequeña?? Aquí estamos de nuevo solos tu y yo” mi corazón aunque avanzado de edad parecía palpitar con toda fuerza, desde aquel dia, muchos fueron los momentos que los que te hacia compañía cada mañana mientras tu leias el periódico y me dejabas unas miguitas de pan en la repisa, solias dejar la ventana abierta para que te despertara por las mañanas pues te gustaba mi gorjeo, e incluso a veces te hacia compañía en el parque cuando dabas tu paseo al atardecer.
Pero una mañana quizás más oscura de lo normal, acudí a tu ventana, estabas sentado en aquel sofá donde solías leer el periódico, pero no había ni periódico, ni miguitas de pan, tampoco había brillo en tu rostro, y entonces comprendí que había llegado la hora de irse.
Volé hasta tu regazo y acurrucándome en tu brazo me dormí formando parte de tu sueño para siempre.