Los ojos de un animal tienen el poder de hablar un gran lenguage. Martin Buber

Los ojos de un animal tiene la capacidad de hablar un gran lenguaje. Martin BuBer

miércoles, 22 de febrero de 2012

eL CANCER FACIAL DEL DIABLO DE TASMANIA, CAUSADO POR UNA HEMBRA

El terrible cáncer facial del demonio de Tasmania, provocado por una sola hembra
Save the Tasmanian Devil Program
Un diablo de Tasmania
El demonio de Tasmania, el marsupial carnívoro más grande del mundo que habita la isla australiana a la que debe su nombre, sufre un terrible y extraño cáncer facial que está a punto de acabar con la especie. La enfermedad, en extremo contagiosa, deforma la cara de los animales de forma repulsiva, hasta el punto de que la víctima muere por hambre o sofocación en solo unos meses. El pasado mes de junio, un grupo de investigadores anunciaba que había conseguido secuenciar el genoma de dos ejemplares, un paso muy importante para conocer la causa de este mal. Ahora, los científicos han logrado catalogar las mutaciones presentes en el cáncer, lo que da nuevas pistas muy reveladoras acerca de dónde proviene el tumor y cómo se hizo tan contagioso. La causante: una única hembra.
Estos marsupiales de piel negra y potentes mandíbulas habitaban toda Tasmania hasta que el cáncer facial incurable detectado por primera vez en 1996 terminó con la mitad del censo en libertad, unos 75.000 ejemplares. El cáncer se transmite por mordiscos o contacto físico entre los animales, el único que se conoce que se propaga de esta forma. La nueva investigación, publicada en la revista Cell, ha revelado que surgió por primera vez de las células de una sola diablo de Tasmania. Esta hembra ha sido apodada por los científicos como «El Diablo Inmortal», porque a pesar de que murió hace más de 15 años, su ADN sigue vivo en la línea celular de cáncer contagioso que generó.
«El cáncer del demonio de Tasmania es el único que amenaza a toda una especie de extinción», explica Elizabeth Murchison, autora principal del estudio e investigadora del Wellcome Trust Sanger Institute, una institución británica sin ánimo de lucro dedicada a la investigación genética. «La secuenciación del genoma de este cáncer nos ha permitido catalogar las mutaciones que lo hacen crecer y persistir en la población del demonio de Tasmania», dice.
El equipo encontró evidencias de diferencias genéticas entre los tumores, lo que indica que el cáncer se ha distinguido genéticamente durante su propagación. Buscaron estas diferencias entre los tumores de 69 demonios de Tasmania de lugares distantes, lo que les permitió construir un mapa de la propagación del cáncer a través de la población de diablos. Esto significa que algunos subtipos de cáncer pueden ser más virulentos que otros.

20.000 mutaciones

El terrible cáncer facial del demonio de Tasmania, provocado por una sola hembra
Un ejemplar deformado por el cáncer
«Descubrimos que el genoma del cáncer del diablo de Tasmania tiene cerca de 20.000 mutaciones. Se trata de un número de mutaciones algo menor del que se encuentra en algunos tipos de cáncer humanos e indica que el cáncer no necesita ser extremadamente inestable para llegar a ser contagioso», dice David Bentley, científico que también participó en la investigación. «Rastrear la historia de la evolución y la propagación de este tipo de cáncer nos solo nos ayuda a comprender cuál fue la causa de la enfermedad, sino también a predecir cómo podría comportarse en el futuro».
El equipo encontró algunas pistas interesantes sobre cómo el cáncer del diablo puede engañar al sistema inmunitario. Sin embargo, reconoce que hacen falta nuevos estudios para combatirlo. «Esta investigación es importante porque nos permite entender el patrón de propagación de la enfermedad, lo que puede ayudar a contener la epidemia. Los cánceres que se transmiten a través de las poblaciones son, evidentemente, muy raros, pero debemos utilizar el ejemplo del demonio de Tasmania para entender el proceso y estar preparados en el caso muy poco probable de que una epidemia semejante ocurra alguna vez en los seres humanos», explica Mike Stratton, otro de los autores del artículo y director del Instituto Wellcome Trust Sanger.

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